sábado, 27 de septiembre de 2014

GUERRA CONTRA LA OBESIDAD (memorias) UN REGIMEN INFALIBLE

Durante mas de veinte años fui crítico gastronómico en conocidos periódicos y revistas, y hasta llegué a tener mi
Propia revista, que se llamaba “Anfitrión”, donde daba a conocer a los mejores restaurantes de Lima y, a través de sus artículos de fondo, iba creando conciencia entre mis compatriotas de que efectivamente teníamos una de las mejores cocinas del mundo, y no teníamos que bajar la cabeza ante ninguna. Lo único malo de este envidiable oficio es que tenía
 que comer al menos dos veces por semana –y a veces mas- en un gran restaurante para informar a mis lectores de sus bondades y especialidades, y era fatal e inevitable que engordase: este era el precio a pagar por ese privilegio, porque no hay nada gratis en la vida.
Cuando comencé mi suculenta cruzada gastronómica pesaba unos 75 kilos y dos décadas más tarde llegué a pesar la friolera de 115 kilos. Mi mujer, Ingrid, que solía acompañarme en estos safaris por los restaurantes de Lima, subió unos 7 kilos, y ambos estábamos enormes. Es que, además, nos llevamos de canjes de consumo, que venían como parte de pago de la publicidad de la revista, y nos pasábamos la vida comiendo en los mejores restaurantes, con mis hijos y mis múltiples amigos, con el menor pretexto.
Un día que salíamos del restaurante Francesco, después de un copioso almuerzo, me encontré con Aldo Danovaro, el chef y dueño del restaurante detrás de la caja, y casi no lo reconozco, porque estaba flaco, él que pesaba unos 20 kilos más que yo….  “¡Aldo! ¡Pero si estas flaco! ¡Es increíble!, ¿Cómo le has hecho? ¿Cuéntame?”, exclamé, y él me explicó, no sin cierta suficiencia, que había encontrado un tratamiento milagroso, con un endocrinólogo buenísimo, que lo había hecho bajar 30 kilos en dos meses. “Mira, te doy su teléfono, dile que vas de mi parte, pero te advierto que hay que tomar cita con un par de meses de anticipación, porque está de moda, y además es un poco caro”, me dijo, alargándome una tarjeta. A mí me tincó que algo no debía ir muy bien, porque era un tiempo demasiado corto para bajar tantos kilos, y se lo dije: “Oye, hermano, ¿y el corazón? Tú sabes que, cuando uno baja muy rápido de peso, lo primero que sufre es el corazón, porque tiene mucho menos sangre que bombear, y eso puede provocarte una descompensación…”Pregúntale a tu cardiólogo, haz que te vea el bobo…“,  le dije muy en serio, pero él me respondió: “No te preocupes, todo está bajo control, llama al endocrinólogo de mi parte y pídele una cita”. Y estas fueron casi las últimas palabras que escuché de su boca, porque unas semanas más tarde, cuando estaba en el avión regresando de Miami, tuvo un infarto doble en pleno vuelo, que casi se lo lleva. A duras penas lograron estabilizarlo y lo llevaron a la Clínica Anglo Americana de San Isidro, donde tuvo otro infarto más, y pocos días después lo devolvieron a un hospital de Miami, donde tenía su seguro médico. “Me abrieron el pecho con tijeras, como a un pollo”, me contaría más tarde,” y me operaron a corazón abierto, durante cuatro horas”. Le recetaron reposo absoluto durante más de un año, que estuvo tendido en su cama, sin moverse, y le salieron escaras en toda la espalda a causa de la inmovilidad.
Cuando le conté este drama a Otto, mi médico de familia, que me veía desde que yo era niño, me dijo: “¡Ni se te ocurra! Si quieres bajar de peso, bájate un kilo por mes, no más. No tienes que hacer dieta, simplemente reduce un poco tu consumo de comidas y bebidas, come ligero por las noches, y ten paciencia. Es la mejor manera de bajar de peso”.
Obedecí sus consejos al pie de la letra, y comencé a bajar un kilo por mes, pero ni se notaba.
Esto no me desanimó, porque no tenía ningún apuro, de modo que me programé mentalmente para seguir ese ritmo durante mucho tiempo, en piloto automático, y lo cumplí con férrea voluntad. Recién a los tres o cuatro años se comenzó a notar.
Y como ya estaba acostumbrado a ese ritmo y lo había asimilado a mis costumbres  alimentarias, seguí por esa senda, y en los siguientes años, cuando me desligué de la obligación de comer profesionalmente y comencé a comer normal, como todo el mundo, llegué al peso que tenía a mis 20 años. Había bajado unos 40 kilos en cinco años, la piel no me colgaba por lado alguno, y mi corazón estaba en forma. ¡Lo que es la voluntad!.            

Creditos:  adolfo reactor

No hay comentarios:

Publicar un comentario